lunes, 13 de mayo de 2013

Poseedor de una promesa




Una hermana nueva en el evangelio, oyó cierto día un predicador que hablaba acerca de Abraham, y la promesa dada por Dios a este hombre, sobre la Tierra Prometida, de la cual fluye leche y miel.
Ella pensó qué maravillosa debía ser esa tierra que Dios había hecho mirar desde la altura a Abraham, la cual sería suya y de su descendencia.

Pasó algún tiempo y la hermana comienza a leer la historia y los capítulos de
La Biblia, que hablaban sobre aquello. En su lectura descubre que aquella tierra estaba habitada, por reinos y además gigantes. Entendió que la promesa estaba hecha; sin embargo, los israelitas, debían ir y luchar por conquistarla.

Dios, les había dado instrucciones claras y precisas y ellos podían confiar que a pesar de los obstáculos y dificultades, el Señor mantendría su promesa firme y fiel.

Hoy, nosotros, somos poseedores de las mismas promesas, y están dadas las instrucciones para obtenerlas, pero ¡cuánto nos cuesta alcanzarlas!! ¡Cuánta dificultad hallamos para hacerlas nuestras!!
Como jóvenes, sabemos que debemos luchar y esforzarnos, sabemos que debemos perseverar, y ser fieles al Señor, sabemos que debemos constituirnos enemigos del mundo, y negarnos a nosotros mismos, y guardarnos del pecado. ¿Pero estamos haciendo verdaderamente lo que Dios nos manda hacer?
Luego, ¿por qué nos llenamos de dudas, y nos sentimos amedrentados ante los problemas y ante las situaciones que amenazan nuestra tranquilidad?
¿Podemos ante las pruebas y adversidades ver todavía más allá, hacia donde brillan las promesas y decir como el apóstol: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria…” 2Corintios 4:17

Que decir si Jesús mismo nos advirtió que en el mundo tendríamos aflicción, pero aún allí estaba la promesa: “Confiad, confiad, YO he vencido al mundo…” Juan 16:33, y el apóstol: “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios…” Hechos 14:22. Otra vez allí, en medio de una sentencia que angustiaría cualquier alma, brilla una promesa: Entrar en el reino de Dios… ¿No es acaso ese el fin y anhelo de todo creyente?
¿Es poca esta promesa para obtenerla sin padecer? ¿Deberíamos tomar atajos, para reducir las penalidades del camino angosto?

Hermanos, cada uno de nosotros sabe por quién, y para qué fue llamado.

Todo para la Gloria de Dios.

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